miércoles, 18 de marzo de 2015

House of Cards: Primera Temporada

El Blu-Ray que tenía los últimos cuatro episodios de la primera entrega de House of Cards decidió darme problemas la noche que había reservado para ver los 45 minutos que me quedaban de temporada. Y yo no estaba de humor como para soportar las tonterías tecnológicas que sólo ocurren por acumulación de mal karma: ese mal karma que inunda mis entrañas desde que incendié los ofendidos hornos de cientos de fans de Cincuenta Sombras de Grey a los que mi cruenta crítica no les sentó muy bien.

Pero bueno, yo aquí no estoy para contentar a los seguidores de cuestionables sagas literarias. Yo aquí escribo para dar mi opinión - fundada o no fundada – sobre lo que me apetece. Y aunque por ello se me pueda achacar una etiqueta de soberbia similar a la que el gran David Fincher tiene en Hollywood, estoy tranquilo porque yo tengo de soberbio lo que Frank  Underwood de honesto.

Es decir: nada.

Creador: Beau Willimon
Género: Drama. Thriller político
Reparto: Kevin Spacey, Robin Wright, Kate Mara, Corey Stoll, Michael Kelly, Mahershala Ali, Sakina Jaffrey, Constance Zimmer…
Duración: 3 Temporadas (2013 - Presente)
País de Origen: EEUU


Frank Underwood, qué repugnante eres pero qué simpático te haces al clavar tus ojos en los nuestros mientras nos cuentas alguna de tus retorcidas estratagemas. Qué despreciable pero qué admirable es la determinación con la que manejas los hilos de un Washington que, tarde o temprano, terminará bajo las suelas de tus impolutos zapatos. Qué gran personaje y qué aún más grande intérprete te da vida. Qué serie tan increíble protagonizas.

Desconozco cómo era la homónima producción británica que inspiró la House of Cards americana. No la he visto y, teniendo en cuenta la amplia oferta de series que hay en el actual panorama televisivo, creo que nunca la veré. Pero la creación de Beau Willimon, cuyos dos primeros episodios están firmados por el mismísimo David Fincher, es tan espectacular como impecable, así que me da un poco igual como fuese su predecesora. Por muy británica que sea, para mí sólo hay una House of Cards: la de Fincher.


No es extraño que en un proyecto en el que se haya involucrado David Fincher no podamos encontrar ni una sola metedura de pata. A pesar de que haya un ligerísimo e indescriptible cambio a partir del tercer episodio, donde el director de Perdida ya no metió más mano en la dirección y pasó a figurar como productor ejecutivo, esa variación es tan sutil que puede ser un simple fruto de la tristeza que nos genera ver el nombre de otra individuo en los créditos iniciales. Pero, oye, enseguida se olvida. El escopetazo de salida que dio Fincher fue tan poderoso, que el tono y el estilo de la serie ya se había forjado. La serie ya tenía unos cimientos firmes que, encima, habían sido rebozados con el estilo de uno de mis directores de cine favoritos. 

Por lo tanto, los restantes once episodios seguían apasionando. Nos enamoramos de personajes crueles, ambiciosos y casi inhumanos, nuestros ojos se abrían de par en par con esos créditos iniciales que tanto nos recuerdan al When I’m Through With You de Daños y Perjuicios, prestábamos atención a la característica y exquisita banda sonora original, nos fascinaba el entresijo que es la truculenta trama de la serie, y nos planteábamos si la política estadounidense es en realidad como se nos mostraba en pantalla.

Nos engañaban haciéndonos sentir aprecio por la infamia encarnada en políticos. Se reían de nosotros al hacernos creer que absolutamente nada de lo que veíamos podía ser real. Y nosotros, como tontos, ni nos enterábamos de nada, ni le dábamos importancia. Estábamos - y estamos - enamorados.


He de reconocer que empecé House of Cards hace mucho tiempo pero, paradójicamente, no conseguí ir más allá de su primer episodio. No me pareció lo suficientemente efectiva como para separarme de otras series que sí conseguían mantenerme al filo de la butaca noche tras noche. Sin embargo, por eso de que decidí hacer un “Ciclo de David Fincher”, le di una segunda oportunidad. Y ya podéis ver el resultado.

Esto no deja de ser contradictorio, pues, a pesar de que siempre digo que toda película o serie “tiene su momento”, no creo que lo que me llevase a descartar House of Cards fuese que “no estaba preparado para verla”. Creo que fue la fascinación que de repente sentí hacia Fincher la que me arrastró de nuevo a la serie y, gracias a su forma de hacer cine (o televisión), terminé enganchándome a uno de los mayores fenómenos televisivos del momento. Un fenómeno al que el mismísimo Obama ha sucumbido.

Sí, señores, el mismísimo presidente de EEUU no sólo ve House of Cards, sino que además tuitea sobre ella y pide que, por favor, nadie haga spoilers.

Así que ya sabéis.

● Lo que MÁS me gusta: todo.

● Lo que MENOS me gusta: que me enganchase la segunda vez que me puse delante del televisor.

Jerry

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